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sábado, 7 de julio de 2012

Botellas de Vino Barato


A estas horas en las que la noche flota, se encienden las farolas y la luna comienza su ronda, las paredes del hospital se sienten desnudas, las rejas del cementerio huérfanas, el canto de los grillos solitario.

A estas horas en las que las camas reciben a los que madrugan y despiden a los noctámbulos, las calles van quedándose vacías mientras aún queda gente aparcada en las barras de los bares.

A estas horas quedan prohibidos los tabús y los toques de queda, pues hasta las penas enmudecen cuando perdemos la vergüenza y le gritamos a la noche lo mejor de nuestras voces.

A estas horas en las que ella se ríe del mundo y el suelo le lame los pies, se siente la más cuerda de los locos, la más loca de los cuerdos, y piensa que cualquier momento es bueno para pedir un exceso de silencio, de relax, de pensamiento. Aunque haga eco sobre su sombra que se disipa en la oscuridad que la abruma.

Camina entre marfil mirando a la noche con ojos de gata. Observa cada resquicio, cada rincón, un nuevo crucifijo, una encrucijada, otro cruce de caminos, una espada y una guadaña. Solo los solitarios pueden llegar a oler las rosas muertas desde su tumba. Y cuando el cielo cruje y el suelo se tambalea, una bacanal de neuronas fornican al compás de una armonía desdeñada, y siente que es todo lo que necesita pensar para saber que existe, y sueña con despertar atrapada entre sus brazos, como una gota de lluvia que se desliza hacia su paladar, y busca de nuevo su beso.

A estas horas en las que se encuentra perdido y el cielo se ríe de él, se siente el más sobrio de todos los ebrios, el más ebrio de todos los sobrios. Camina despacio, soñando besarla, solo un instante, para que la sangre siga fluyendo, brotando de su garganta desnuda, el néctar de su vida. Y sentirla prisionera en su boca, encarcelada entre sus labios hambrientos .

Al rojo vivo sus caricias. En carne trémula sus latidos. Sangre coagulada entre las piernas. Manos que se encuentran. Roces que se pierden. Ojos que se cierran con gozo suicida, atravesando dos cuerpos y cinco mil sentidos. Un festín cada trozo de su piel. Bebe a sorbos su elixir, muerde sus labios a picotazos y saborea su desnudez sobre yemas de dedos mojados.
Sin él, su cama tirita de frío.
Sin ella, su sangre se hiela.
Sin él, su corazón casi no late.
Sin ella, le lame los pies a la locura.
Y la noche vuelve a partirse entre suspiros encerrados en botellas de vino barato...


- Kayla Morrison - 

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